A no ser en las grandes películas, esas que se pueden contar con los dedos de una mano cada año, el cine todavía no ha conseguido una técnica eficaz para referirse al amor. La poesía lo consiguió hace muchos siglos. La novela también. La canción lo consigue en algunos casos. Pero la técnica que sigue utilizando el cine, para que se vea lo que no se ve, el amor, es muy imperfecta y muy parcial: un hombre y una mujer se encuentran; después de un tiempo, que suele ser muy corto, se miran fijamente y empiezan a aproximar sus caras; se besan y ya la siguiente escena es en la cama.
Lo malo no es que el cine, en general, no sepa hacerlo. Lo malo es que, por la poderosa influencia del cine, tanto en la pantalla grande como en la chica, hay muchos que han llegado a la conclusión de que esa expresión cinematográfica, tan parcial y pobre, es el producto verdadero. Como decía el otro día un presentador en un programa de radio: «¿Qué otra cosa es el amor, sino hacer el amor, qué más se puede añadir?». Cuando una oyente le llamó, para decirle que el amor es también fidelidad, perdón, tener proyectos comunes, el locutor respondió: «Te oigo, pero te entiendo menos que si me hablaras en chino».
Dice Erich Fromm que no hay amor donde no se cuida al otro, donde no hay interés por conocerlo de verdad, donde no se le respeta, donde no hay responsabilidad mutua. Son los cuatro grandes factores del amor, a los cuales se añade, en el caso de amor de pareja, la atracción sexual, ese factor que algunos creen que es el único. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le cuida como una madre cuida a su hijo, se le conoce como uno se conoce a sí mismo, se le respeta como a la persona más importante que se haya conocido en la vida y se siente uno responsable de él o de ella, para hacerlo mejor cada día. Esta responsabilidad la expresó Salinas cuando dijo a su mujer amada: «Quiero sacar de ti lo mejor de ti misma»; y más poéticamente todavía lo dijo Neruda: «Yo quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos».
Enamorarse no es sólo un sentimiento, sino una tarea. Los bioquímicos hablan de una especie de anfetamina, la FEA (fenil etil amida), que se segrega en los primeros tiempos, en los dos primeros años de enamoramiento. Luego desaparece y algunos se sienten defraudados y buscan enamorarse de otra persona. Pero la FEA no desaparece sin más, sino que deja paso a la producción de endorfinas, muy gratificantes, tranquilizadoras, que aumentan la sensación de paz, por estar junto a esa persona única. Remite el entusiasmo y el deslumbramiento, pero aumenta la seguridad de paz, el amor hondo.
Enamorarse no es hacer el amor. Es hacerse persona y hacer persona al otro. Es una tarea hermosa, que dura toda la vida. San Pablo dice que los que forman un matrimonio cristiano deben amarse como Cristo ama a su Iglesia. Es decir, dando la vida, poco a poco, por el otro, queriendo lo mejor para la otra persona, no ayudándole a ser mediocre, sino a ser lo mejor que puede llegar a ser. Como la primavera hace con los cerezos.
Lo malo no es que el cine, en general, no sepa hacerlo. Lo malo es que, por la poderosa influencia del cine, tanto en la pantalla grande como en la chica, hay muchos que han llegado a la conclusión de que esa expresión cinematográfica, tan parcial y pobre, es el producto verdadero. Como decía el otro día un presentador en un programa de radio: «¿Qué otra cosa es el amor, sino hacer el amor, qué más se puede añadir?». Cuando una oyente le llamó, para decirle que el amor es también fidelidad, perdón, tener proyectos comunes, el locutor respondió: «Te oigo, pero te entiendo menos que si me hablaras en chino».
Dice Erich Fromm que no hay amor donde no se cuida al otro, donde no hay interés por conocerlo de verdad, donde no se le respeta, donde no hay responsabilidad mutua. Son los cuatro grandes factores del amor, a los cuales se añade, en el caso de amor de pareja, la atracción sexual, ese factor que algunos creen que es el único. Cuando se quiere a alguien de verdad, se le cuida como una madre cuida a su hijo, se le conoce como uno se conoce a sí mismo, se le respeta como a la persona más importante que se haya conocido en la vida y se siente uno responsable de él o de ella, para hacerlo mejor cada día. Esta responsabilidad la expresó Salinas cuando dijo a su mujer amada: «Quiero sacar de ti lo mejor de ti misma»; y más poéticamente todavía lo dijo Neruda: «Yo quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos».
Enamorarse no es sólo un sentimiento, sino una tarea. Los bioquímicos hablan de una especie de anfetamina, la FEA (fenil etil amida), que se segrega en los primeros tiempos, en los dos primeros años de enamoramiento. Luego desaparece y algunos se sienten defraudados y buscan enamorarse de otra persona. Pero la FEA no desaparece sin más, sino que deja paso a la producción de endorfinas, muy gratificantes, tranquilizadoras, que aumentan la sensación de paz, por estar junto a esa persona única. Remite el entusiasmo y el deslumbramiento, pero aumenta la seguridad de paz, el amor hondo.
Enamorarse no es hacer el amor. Es hacerse persona y hacer persona al otro. Es una tarea hermosa, que dura toda la vida. San Pablo dice que los que forman un matrimonio cristiano deben amarse como Cristo ama a su Iglesia. Es decir, dando la vida, poco a poco, por el otro, queriendo lo mejor para la otra persona, no ayudándole a ser mediocre, sino a ser lo mejor que puede llegar a ser. Como la primavera hace con los cerezos.
MANUEL SEGURA, S.J. (ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PERÍODICO EL DÍA. 27-01-2001)
3 comentarios:
simplemente genial!!!
por cierto gracias por tenerme en tu lista de blogs!!!
te sigo!
Me alegro que te haya gustado, yo también sigo tu blog. Espero que todo te vaya bien. Besos
Muy Bueno, este articulo.! Gracias por compartirlo ahora entiendo algunas cosas!
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